En el sur de Gran Canaria se encuentra uno de los mayores tesoros naturales e imanes turísticos de la isla: la Reserva Natural Especial de las Dunas de Maspalomas. Aunque la ley le otorga una de las protecciones ambientales más estrictas, este espacio enfrenta serios peligros debido a la acción humana, agravada por la escasa conservación, la ausencia de supervisión y una preocupante falta de respeto por parte de los visitantes.
Para frenar el deterioro de las dunas en las últimas cinco décadas, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana lanzaron en 2018 el Plan de Protección Medioambiental de las Dunas de Maspalomas, conocido como proyecto ‘Más Dunas’. Entre sus medidas más relevantes está la creación de 8 kilómetros de senderos y caminos señalizados dentro de la reserva, delimitados por bolardos para guiar a los visitantes. Junto a ellos, se instalaron carteles en tres idiomas (castellano, inglés y alemán) que advierten que se trata de un “hábitat frágil,” prohibiendo pisar o detenerse en las dunas. Sin embargo, muchos ignoran estas indicaciones claras, a pesar de su visibilidad. Aunque algunos respetan las normas, la mayoría cruza las vallas sin reparo, evidenciando una alarmante falta de civismo.
El problema se agrava con la falta de cuidado en las zonas señalizadas. A simple vista, se nota cómo la arena ha cubierto casi por completo algunas vallas destinadas a marcar los límites, lo que podría llevar a los visitantes a pensar que el paso está permitido en esos puntos. No es algo nuevo: cada año, el paseo que rodea este lugar sufre episodios similares, como cuando en marzo de 2024 la arena sepultó el sendero de Playa del Inglés o en septiembre de 2023, cuando parte del firme cedió en un acceso principal.
Otro factor crítico es la escasa supervisión en esta área protegida. Aunque existe un sistema de multas —150 euros para quienes desoyen las señales y más de 400 para empresas audiovisuales que filmen sin permiso—, su efectividad se ve mermada por la falta de personal que aplique sanciones o disuada a los intrusos. Esto permite que los visitantes invadan las dunas sin consecuencias.
Esta combinación de desinterés cívico, negligencia en el mantenimiento y ausencia de control crea una situación alarmante. No solo pone en riesgo la flora y fauna que habita las Dunas de Maspalomas, sino que también amenaza su legado para las generaciones futuras y su papel como un pilar económico gracias al turismo en la isla.