No es que Donald Trump haya vetado directamente a las aerolíneas chinas el uso del espacio aéreo ruso, sino que ha establecido que, si lo utilizan, no podrán aterrizar en territorio estadounidense. El Gobierno de EE.UU. argumenta que el tratado aeronáutico con China exige condiciones de competencia equitativas, las cuales, según ellos, no se cumplen actualmente. Aunque la desigualdad proviene de una decisión propia —el boicot a Rusia—, el acuerdo no contempla esta circunstancia.
Esto ha desatado las protestas de las compañías chinas. Air China, China Eastern y China Southern, todas bajo control estatal, han presentado una demanda contra la medida americana, alegando que daña el interés público y crea molestias innecesarias para los pasajeros.
De hecho, esta restricción obligará a las aerolíneas chinas a alargar sus rutas y subir precios —aunque no lo mencionen—, lo que también incrementará la contaminación aérea.
El Departamento de Transportes de EE.UU. ha anunciado que revisará las quejas presentadas. Por su parte, las aerolíneas europeas también han expresado su descontento, pero por la ventaja competitiva que las chinas obtienen al volar sobre Siberia. Sin embargo, a diferencia de EE.UU., Europa no ha tomado medidas y, en la práctica, ha cedido gran parte de sus rutas hacia Extremo Oriente a estas compañías, notablemente más económicas.